La leishmaniosis canina es una enfermedad causada por la Leishmania, un parásito microscópico que se transmite a los perros por la picadura de un pequeño insecto, el flebotomo o “mosca de la arena”, llamado incorrectamente “mosquito”. Es una enfermedad, por lo tanto, que no se contagia por contacto directo entre un perro afectado y uno sano.
El control de esta enfermedad potencialmente transmisible a las personas ha experimentado un avance favorable gracias al diagnóstico precoz, la existencia de fármacos preventivos, una mayor eficacia de los tratamientos y el reconocimiento de los síntomas en nuestro perro.
La época de mayor riesgo es el verano, cuando comienza el calor, normalmente en mayo, y finaliza en septiembre u octubre. La transmisión de la enfermedad se produce cuando un flebótomo pica a un perro afectado, aspirando el parásito. Este parásito sufre una transformación en el estómago del flebótomo y adopta la fase infectante para otros perros. De esta forma, cuando el flebótomo vuelve a picar otro perro, le transmite la enfermedad.
Desde el momento en que se produce el contagio a raíz de la picadura, las primeras manifestaciones suelen aparecer a partir de los 4 o 5 meses. Si un perro es diagnosticado a tiempo, se le podrá someter a un tratamiento para intentar mantener inactivo al parásito y poder seguir disfrutando así de una buena calidad de vida.
¿Qué síntomas puede sufrir un perro con Leishmaniosis?
Existen perros resistentes a la infección cuyo sistema inmunitario será capaz de neutralizar al parásito y pueden ser asintomáticos.
En los que sí lo manifiestan, los síntomas pueden ser variados. En algunos casos, se da la denominada ‘’leishmaniosis cutánea’’, que se puede traducir en lesiones de piel y trastornos generales tales como: lesiones alopécicas y descamativas, úlceras que no cicatrizan en el borde de orejas, hiperqueratosis nasales o plantares, crecimiento exagerado de las uñas, nódulos únicos o múltiples localizados en zonas desprovistas de pelo, ulceración en labios, pene o vulva, etc.
En algunas ocasiones, el parásito alcanza órganos internos, provocando otros síntomas tales como adelgazamiento, inapetencia general, atrofia muscular, linfadenopatía (aumento generalizado del tamaño de los ganglios linfáticos), anemia no regenerativa, hemorragias (muy típico el sangrado nasal o epistaxis), alteraciones renales, poliartritis (cojeras sin lesión aparente), alteraciones hepáticas como vómitos, lesiones oculares, etc.
¿Cómo se diagnostica la Leishmaniosis en un perro?
Si nuestro veterinario detecta en la revisión a nuestra mascota síntomas compatibles con la enfermedad, hará una analítica de sangre y, mediante un test rápido, podrá determinar si existen anticuerpos frente a Leishmania. En caso de que el resultado sea positivo, se realizaría una serología para, posteriormente, realizar pruebas tales como el análisis ELISA e IFI (inmunofluoresecencia indirecta) que permiten titular la respuesta inmunitaria o PCR, citologías o biopsias, que ponen en evidencia la presencia del parásito en sangre, médula ósea, lesiones cutáneas o ganglios. Se puede complementar estos análisis con un hemograma y una bioquímica/proteinograma para conocer el estado general de nuestro animal.
Actuales tratamientos frente a la leishmaniosis
En función de la gravedad de los síntomas, de la carga parasitaria y del alcance de la lesión en los órganos, el tratamiento de un perro infectado por Leishmania será diferente. Hay que tener en cuenta que la existencia de alteración renal limitará el uso de determinados fármacos.
Los fármacos empleados en la terapia frente a Leishmaniosis son:
- Alopurinol (administrado oralmente durante meses con intervalo de descanso)
- Antimoniato de meglumina (Glucantime) administrado de forma inyectable durante un ciclo variable
- Miltefosina oral
- Domperidona oral
La elección de una dieta adecuada para fortalecer el sistema inmunitario y prevenir la formación de cálculos renales secundarios al tratamiento con el Alopurinol será también fundamental en la terapia.
Prevención frente a la leishmaniosis
Al tratarse de una enfermedad incurable y que perdura de por vida en los animales infectados (pese a que puedan llevar una vida normal si se establece un tratamiento a tiempo), el control de esta enfermedad debe estar enfocado de manera primordial en su prevención.
Aunque la época de mayor riesgo está ligada a la actividad del vector (flebotomo) desde mayo a octubre, el cambio climático también afecta a esta situación y obliga a estar prevenidos frente al contagio prácticamente todo el año.
Para ello, es fundamental realizar test serológicos una vez al año para la detección precoz de la enfermedad. Además, se deben usar medidas repelentes para evitar las picaduras del flebotomo, tales como collares antiparasitarios con acción repelente específica frente a los flebotomos y/o pipetas tópicas con la misma función.
La vacuna también es altamente eficaz para evitar que la enfermedad pueda progresar y que aparezcan los síntomas clínicos. Solo se puede administrar a animales que hayan sido testados previamente y hayan resultado negativos. Se puede administrar a partir de los seis meses de edad. Se trata, sin duda, de un método muy valioso para prevenir el contagio a perros que viven en zonas endémicas.
Como cualquier vacuna, la vacuna frente a la leishmaniosis no evita la enfermedad (la única manera de evitar la enfermedad es mediante los repelentes ya mencionados), pero sí que reduce en un porcentaje muy elevado el riesgo de progresión de esta, reduciendo notablemente los síntomas en caso de que el animal llegase a infectarse.
Por ello, para que la protección sea completa, deben combinarse ambos métodos preventivos siempre que sea posible.
